Si tuviera que titular la crónica la actuación que Arizona Baby ofrecieron para abrir la Semana de la Música de Guadalajara, creo que lo haría así: “Lo de siempre, pero diferente”. ¿Por qué? Sencillo. No suele ser costumbre que baje las escaleras de mi casa para ir a un concierto y en lugar de coger el coche, recorrer los 55 kilómetros que separan mi ciudad de Madrid, comerme un par de atascos antes de buscar un lugar para aparcar o bien pagar por hacerlo; vaya caminando, tarde cinco minutos en llegar, y me encuentre con un montón de gente conocida.
Lo habitual tampoco suele ser ver una actuación de un combo rockero en un teatro-auditorio cubierto. En realidad, en una sala anexa al mismo, pero donde el escenario está rodeado de un pequeño auditorio, con el público sentado, sin una barra a la derecha o a la izquierda o detrás, y sin poder fumar. No, no es habitual estar en un concierto de rock and roll sin poder tomarte una cerveza ni inhalar el perjudicial, pero irresistiblemente adictivo, humo del tabaco. Pero sin birra ni cigarro en la mano, encontré asiento en la tercera fila, donde me dispuse a escudriñar todo lo que iba a suceder sobre las tablas de la Sala Tragaluz del Teatro Buero Vallejo.
Lo habitual tampoco suele ser ver una actuación de un combo rockero en un teatro-auditorio cubierto. En realidad, en una sala anexa al mismo, pero donde el escenario está rodeado de un pequeño auditorio, con el público sentado, sin una barra a la derecha o a la izquierda o detrás, y sin poder fumar. No, no es habitual estar en un concierto de rock and roll sin poder tomarte una cerveza ni inhalar el perjudicial, pero irresistiblemente adictivo, humo del tabaco. Pero sin birra ni cigarro en la mano, encontré asiento en la tercera fila, donde me dispuse a escudriñar todo lo que iba a suceder sobre las tablas de la Sala Tragaluz del Teatro Buero Vallejo.
Y puestos a encontrar diferencias, tampoco es habitual que vaya a un concierto de un grupo, en este caso trío, acústico. Los prejuicios llevan a poner a un lado de la ecuación guitarras acústicas y en el otro, detrás del igual, canciones flojas, poperas, o lo que es peor, hasta románticas [nótese cierta ironía en mi apreciación]. Gran error si estamos hablando de los pucelanos Arizona Baby. Puro rock and roll… aunque sea en formato acústico. Lo de siempre, pero diferente.
Bien comandados por Javier Arizona a la segunda guitarra y a la voz, aunque la sala jugó en su contra, incluso tuvo que bromear comparando su voz con la de los orcos; pero supo capear el temporal al tiempo que intentaba arrancar al público de sus asientos, algo que logró con las dos últimas canciones de la velada, “Shiralee” y una versión del “Lucille” de Little Richard.
A su diestra, Marcos Arizona con la percusión y ayudando en la segunda voz, gran trabajo también el suyo. Y a su izquierda, el guitarra principal. Rubén Arizona, el hombre del ‘viaje’. Y es que desde que comenzó la actuación, Rubén pareció sumergirse en un viaje a través de las cuerdas de su guitarra. Sentado, con los ojos cerrados, hacía que la música fluyese por la sala, llegando a delirar en el momento de su solo, donde pasó de ritmos aflamencados a latinos e incluso hubo un momento donde la tensión de su guitarra me recordó a nuestros ídolos de la música surf. No sabemos si su estado de trance se debió a la ingestión de un Saguaro de Tucson o bien de algún peyote mexicano convenientemente ‘arizoneado’. Bromas aparte, estuvo inmenso.
Con estos ingredientes, con Marcos y Rubén sentados y Javier ejerciendo de maestro de ceremonias, presentando las canciones, reclamando la atención del técnico de sonido, o intentando involucrar a la afición que llenó la Sala Tragaluz, se desarrolló una actuación de, aproximadamente, hora y cuarto de duración.
Un concierto donde, en gran medida, la formación vallisoletana se dedicó a presentar su segundo y hasta el momento último trabajo, Second to None [Subterfuge, 2009]. Sonaron, entre otras, “Runnaway”, la mexicana “A Tale of the West”, “Ballad of A.”, “The Getaway”, “Muddy River”, “Dirge”, “Ouch!”, … Hubo tiempo para probar “cosas nuevas” y para recuperar a clásicos, ya que también se marcaron un cover del “Sandman” de America. Pero, sobre todo, “Shiralee”, con el público de pie, dando palmas y alborotando el gallinero. Tras versionar a Little Richard, con dedicación tanto a Idealipsticks [que les estaban jaleando desde primera fila] como al desaparecido Ronnie James Dio, y dar las gracias al público asistente, con una frase lapidaria: “Cantar no cantáis una mierda, pero hacéis un ruido de puta madre”; llegó el punto y final. Otros cinco minutos de paseo y en casa, con un sonrisa de oreja a oreja y un vinilo bajo el brazo, pero sin oler a alcohol ni a tabaco. Lo mismo de siempre, pero diferente.
(Carlos A.S., Musicopolis.es)