Si me permiten la osadía os adentraré en un pequeño relato que aconteció hace ya algún tiempo; quizás no alcanzase importancia tal, como para ser recogido en los anales de la historia, pero que sin duda un hombre solitario guardará con codicia entre sus recuerdos, como si estuviese en posesión del más preciado de los tesoros.
Habrá que remontarse a la mañana de un viernes 5 de marzo cuando nuestro protagonista hallábase en su retirada hacienda alejada del mundanal ruido. Ante la sorpresa de avistar en la puerta de su hogar una nota sustentada por un puñal, que así decía: “Si anhelas recuperarla nos veremos en el saloon Malandar al caer el sol”, no dudó en poner pies en polvorosa. Raudo y veloz, montando a su bravo corcel dirigiose a la gran ciudad, rumbo al sur-oeste. No fue hasta ver yacer al astro rey en el horizonte, cuando nuevamente se adentró en la civilización, y una extraña sensación recorrió todo su ser, seguramente por el inminente acontecimiento.
Conforme las estrellas iban ocupando su lugar de privilegio en el firmamento, las puertas del local fueron atravesadas sin miramientos, como sólo los tipos más duros del lugar son capaces de ejecutar, y al sonido armonizado de una introducción de Ennio Morricone, fue adquiriendo posiciones entre la muchedumbre. Con astucia y diligencia se retó a descifrar el enigma que aquella noche le había incitado a encontrarse tan lejos de su refugio. Inmediatamente lo averiguó. Tres rudos forajidos de pobladas barbas y melenas al viento, llegados de, para algunos, ese desconocido paraje del valle dorado de la meseta castellana, saludando a la numerosa familia del desierto, comenzó su actuación con ‘Sunday’ esa fiel descripción de un día de resaca tras una salvaje noche, con tal intensidad que una de las cuerdas de la rítmica de su front-man, no pudo con la presión y cedió. Con mirada desafiante y tras tirar enérgicamente al suelo, ese liado cigarrillo ¿de la risa?, predicaron su primera máxima: “Nosotros cuando tocamos lo hacemos con ganas y por eso rompemos cuerdas. No os fiéis de un grupo que nunca rompa cuerdas”.
Como si de rápidos revólveres se tratase, de sus acústicas guitarras y, un trepidante y cabalgante ritmo de percusión, la segunda bala del concierto fue disparada hacia una masa que comenzaba a patear el suelo con rotundidad, como auténticos cowboys de sucios y polvorientos rincones del viejo sur-oeste. “The Truth” ¡Qué gran verdad! Sobrepuestos a ese duelo a muerte en clave de Pop, Swing, Fox-trot y Rockabillly, con un punteo final al más puro estilo Zeppelin, nos entregamos palmeando en la estimulante ‘Where the Sun Never Sets’; en ese horizonte lejano y crepuscular, reseco y árido, no obstante cómodo de peregrinar ‘Ouch’; del explosivo imaginario propio de todo western que se precie, rítmico y pegadizo, y con un exquisito y cegador solo de flamenco californiano que deslumbro entre las cuatro paredes del saloon ‘A Tale of the West’.
Dando muestras de un distendido y sincero poder comunicativo: “Estamos en almíbar. Dulces y pringosos”, y evidenciando una perfecta sincronía y atención en los detalles, fruto de extensas y arduas horas en su rancho de ensayo, nos deleitaron con la escapista al más puro estilo Houdini ‘Everything’ y sus arizoneadas y atemporales revisiones de ‘If I Could’, ‘Sandman’ y ‘Folsom Prison Blues’ que incluso el rostro del mismísimo Johnny Cash, estampado en el pecho de su front-man, con orgullo reverenciaba.
Mientras un ritmo sosegado y trotón, con riffs inventivos y slides fogosos capaces de picar y envenenar, ‘Dirge’ ponía a prueba la acústica del recinto, toda una amazona de dorados cabellos y cristalina mirada, llegada desde gélidos y remotos confines del norte, solicitó mi sombrero que con gusto cedí no sin antes obtener un valioso recuerdo en forma de esponjoso beso en la mejilla. Y es entonces cuando lo comprendí todo, mientras esa canción de desamor por culpa de una sirena del desierto ‘Shiralee’; ese dulce relleno de arsénico, que esconde una desgarradora historia tras su vibrante y acelerada melodía, propia de un country garagero que invita a una contradictoria danza de la alegría ‘Muddy river’; y ese tornado sonoro que remueve el polvo del Death Valley, con un sol de justicia en su zenit y un amenazante sonido de cascabel ‘X´d Out’, cerraban el grueso de una genuina, salvaje, cruda y sincera actuación.
Comprendí que mi perdida pasión por el directo de raíces profundas y propuestas arriesgadas, tan anhelada desde hace tanto tiempo, era muy sencilla de recuperar, tan solo asistiendo a una actuación de ‘Arizona Baby’ los cuales aún contaban con dos balas más en forma de bis, en la recámara de 18. La esperanza de la supervivencia de una apasionada relación amorosa, a través de un sonido Hillbillie con pequeñas dosis de Bluegrass ‘Survive’, y un auténtico regalo para nuestros oídos y retinas, tras romper cuerda por última vez en aquella noche: “Amigos, estoy nervioso ya que es mi gran oportunidad como cantante solista. ¿Queréis Rock&Roll?”; Con ‘Lucille’ del otrora revolucionario Little Richard se cerró una actuación para el recuerdo.
(Armando Marín Ruiz, indyrock.es)